Al chico misterioso
Y yo que pensaba que lo imposible no podía ser posible. Hablo de esos amores que están ahí, que los miras y te sientes encima de una nube; esos amores que por alguna razón llegan a uno. Y así pasó: un día lo vio sentado en un parque mirando a la nada, o, tal vez, mirándolo todo. Pero no fue una vez, sino dos, tres y muchas más. Sin conocerlo el corazón le latía, las manos le temblaban y otra vez sus ojos brillaban. Entonces entendió que él estaba destinado a ser en la vida de ella uno de esos amores en los que día y noche se piensa en cómo conocerlo. Y nada, nada, pasa. Nada sigue sin suceder. Pero un día, uno de esos donde todo pasa por casualidades de la vida, lo conoces. Intentas entonces hacerte a la idea de que solo es uno de esos amores imposibles que nunca te dará más que la hora. Vos desearías no soñar, pero soñás algo más. Y así, porque la vida es así, ilógica, otro día cualquiera ella termina dándose cuenta de que él siente lo mismo, que a él también le late el corazón y se le iluminan los ojos por ella, que él sueña con tenerla cerca, con besarla. Ahora los dos se miran y sonríen, ahora los dos viajan por la misma nube. Y yo, entre tanto, ya no sé qué pensar de lo imposible, que se vuelve posible.
Tormenta.