Era la primera vez que leía un libro en una noche: el libro estaba lleno de cuentos hermosos, de cuentos de amor, de tardes con corazón, de junios y saudades. Yo estaba embriagada, no quería parar hasta el final, hasta encontrar a los dos gatos: Fermina y Florentino, hasta descubrir al escritor.
En aquella madrugada declaré mi eterno por amor por el escritor y un año después le comenté a alguien que yo lo leía esperando el aforismo que me hiciera la vida más llevadera. Ahora, tal vez como siempre, lo leo buscando el personaje que me explique la tristeza, que me enseñe a decir adiós, que me muestre el amor. Hay que decir que soy pésima alumna aún.
César Alzate fue el primer escritor que conocí en la vida, de esos que de verdad escribe, con novelas y todo, también periodista y mi profesor en la academia. Una man ahí, simplemente encantador. Encantador. Debo confesar que me enamoré de su escritura leyendo sus estados en Facebook, después de haberme resignado a que no sería mi profesor de Literatura. Y ahí empezó mi historia de siempre aparentes derrotas con el escritor: cuando creí que no sería mi profesor y no sería más que un mito, un rumor bueno que corría entre los otros estudiantes por su materia, apareció para ser mi profesor más adelante de Redacción. Cuando terminó la clase de Redacción y supe que de mí no quedaría nada en su recuerdo le escribí una carta cual enamorada. Pero la historia no podía morir así nomás, yo me negaba a aceptar que él se fuera, que me quedara un simple contacto en Facebook, yo venía extasiada con sus Medellinenses y quise hacerle un perfil. Y le hice un perfil y cuando parecía que ahora sí final de finales volvió a ser mi profesor, esta vez de Periodismo III y de pronto, cuando menos lo imaginé, lo digo porque él me hizo la mujer más feliz del mundo al escribirlo, se convirtió en amigo.
Todo suena confuso. ¿A qué cuento escribo la palabra derrota para referirme a mi relación con el escritor? ¿Por qué este texto se llama Lecciones para una posible periodista, si hasta el momento debería llamarse Historia de un primer amor literario? ¿Por qué mejor no me callo mi historia de groupie?
Pues vea, querido lector, respondo mis propias preguntas: En algún lugar debía consignar el amor por este hombre, por sus letras, por su humor negro. Por ahí debía quedar que en alguna otra vida creo que lo amé y quizás fue un amor imposible. Pero sobre todo deben quedar aquí algunas lecciones que ya todos sabemos, pero que vale la pena recordar, para los que amamos el oficio de escribir y ser periodistas. Porque señores y señoras, por las cuestiones de la vida este escritor me visitó. Visitó esta tierra que cada vez se pone más fría, Abejorral. Por las cuestiones de la vida, puedo decir que este hombre me conoce más de lo que imagino yo pueda llegar a conocerme alguna vez.
Primera lección: Seguridad. La aprendí en el viaje, mientras llovía y el camino se ponía más difícil y cada vez era más noche. Pensé en la frase de Talese: “Con frecuencia, escribir es como conducir un camión por la noche sin luces, perderse en medio de la carretera y pasar una década en una zanja”. Gracias Nata. Yo estaba histérica, yo me imaginaba en un barranco y ahí estaba él, maravillado por los relámpagos que iluminaban el camino, calmando mis nervios, seguro conducía y manejaba las luces y hasta contaba historias. Tranquilo, sin prisa, pero no lento: así me imagino que escribe.
Algún tiempo después cuando le recriminé que fuera exagerado, contundente como siempre me dijo: “No digo nada de lo que no esté seguro”.
Segunda lección: Datos. Hay que decir que Sebastián, el adorable compañero de viaje, también aportó a estas lecciones. En la entrada del pueblo, S. comenzó la lluvia de preguntas: cuántos habitantes, cuánto presupuesto, cuáles son los candidatos, qué clima, para qué esto, para qué lo otro… Y aunque me rajé en el cuestionario, me gustó la siembra de curiosidad que quedó: S. Abejorral tiene 8.000 habitantes en la zona urbana.
Tercera lección: Pregunte. El querido profesor, amigo ya, no soportó mi timidez y me lanzó a la difícil batalla de preguntar. Fue verdugo, no me permitió retroceder, si ya nos habíamos perdido debía encontrar una salida. Es que no puede existir un periodista con miedo a la pregunta, no puede existir un periodista que no quiera saciar su curiosidad, no hay periodista sin curiosidad.
Cuarta lección: Sea humano. En cierto momento lo vi dándole de comer a un perro callejero y pensé en Fernando Vallejo y recordé a una de mis mejores amigas. Yo nunca he sido muy amiga de los animales. Ni de los niños. Ambas criaturas me merecen mucho respeto y protección y con lo torpe que soy siempre temo hacerles daño. Pero un periodista está en contacto con toda clase de criaturas, con las fuertes, con las débiles y en el respeto hacia el otro basa su profesionalismo. Lo vi humano y me gustó, me gustó ver a mi escritor alimentando al cachorro sin importar que el hambre solo lo pudiera calmar por unos instantes. A todas estas, la humanidad siempre termina generando desprecio, lo que no hacen los animales.
Fueron dos días de aprender a mirar un pueblo a su lado y al lado de S, de reconocer que me suelo dar por vencida sin empezar la batalla, que hay mucho de este Abejorral que no conozco. Mientras aprendía periodismo a su lado, leí su primera novela. Mientras él leía a Borges o a Youcernar, yo lo leía a él. Al César de hace unos años. Una experiencia rara: leer a un autor que tenés al lado. Eso sí, si algo debo decir de esta Ciudad de todos los adioses es que siempre lastima ver que el tiempo nos convierte a muchos en lo que nunca quisimos ser.
Coda:
Es hermoso que los niños jueguen en tu barrio y que en el libro los niños jueguen en su barrio. Cuanto diera uno porque los niños siguieran jugando en el barrio y nunca crecieran para toparse con el amor y el trabajo: con el primero el corazón se rompe, con el segundo se acaban los sueños.
Cerezo en flor.