"¿Qué es un fantasma?, preguntó Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbre". James Joyce- Ulises.
Te lloró como a un muerto. Como al primero. El más difícil.
Trató de hacer una maleta decente: a la basura un par de recuerdos, los más amargos; a la valija los valiosos momentos de admiración. Guardó en el bolsillo más pequeño las últimas palabras, las más sinceras y dolorosas. Le dio la cara al silencio. Se fue.
Te lloró como a un muerto. Ni ataúdes ni velorios: un viaje interior lleno de desconsuelo. Un viaje de caídas, de sabores agrios, de tormentas. Te lloró como a un muerto. Con furia y ruido. Con la conciencia de una porcelana rota e irreparable, de una mancha de tinta indeleble en el tendido, de los ojos de la muerte.
Tuvo ese mismo intolerable dolor en el corazón del que habló Clarice Lispector en algún cuento: el de sobrevivir a un ser adorado. Te escribió y escribió como Caicedo: “No te vayas, no te vayas, no te vayas...”. La misma obsesión. Gritó con el corazón en la mano: ¡Te declaro muerto. Muerto para siempre. Para nunca!”.
Te lloró con la misma fuerza que se llora al suicida.
Dos semanas. Catorce días. Después de llorar, gritar y aborrecer a un muerto, vuelve el cariño. Uno más sincero. Uno menos obsesivo. Regresó.
Y entonces y por fin, cuenta ella, te sembró en un rincón del corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario