Con esto me voy a contradecir, técnicamente,
pero no me importa: no hay que regresar. Nunca. Hay que estar yéndose siempre.
Hace más de un año, en medio de algunas
cervezas, nos ideamos este diario. Hace casi seis meses ninguna escribe. El
trabajo, las tristezas y la falta de disciplina –sobre todo esta última,
nuestra afinidad más fuerte– nos alejó de este blog. Ahora dos de las cinco
muchachitas que aquí empezamos a escribir son oficialmente Comunicadoras
Sociales-Periodistas, otra hace su práctica en una corporación cultural, otra
trabaja duro en un festival de rock y cuando quiera-decida puede graduarse, y en
fin: entramos en un momento definitivo en nuestras vidas en el que escribir un
diario parecía que no aportaba mucho.
Bueno, no sé, hoy creo que sí aporta y por eso
regreso, aunque uno nunca debería regresar. No al menos para seguir siendo el
mismo en un espacio que ya no es el mismo.
La verdad es que no ha sido un año fácil. Lo
digo por mí, no estoy hablando por las demás, aunque intuyo que estarán un
tanto de acuerdo. En mi caso pues volví de Abejorral. Volví a vivir con papá y
mamá, cumplí 21 años y no encontré a nadie en la universidad a la que debí
volver. Todos mis amigos estaban haciendo sus respectivas prácticas y yo debí
terminar mi último semestre de academia sola. Sola, solita, sola. Fue triste.
Al margen de eso, y sin que signifique que extraño el pueblo, los últimos dos
meses estuvieron bien allá, dormí en una cama, dejé el colchón, probé cierta
delicia de la vida y conseguí buenos amigos. Entonces a la soledad que fue mi
regreso, le sumé una cierta nostalgia por aquellos dos meses en que viví una
vida. No era fácil, pero era mía, ya saben como dice la canción. La dulce
alegría de no rendir cuentas a nadie. No depender tampoco de nadie.
Para las demás, por lo que conozco, este año
fue el de probarse como profesionales. Dejar la universidad, pasar a saber qué
son los horarios, las oficinas, los ambientes laborales, la carrera inútil que
estudiamos, los egos inmanejables de la gente que estudia esta estúpida
carrera, y etc. No sé, estoy inventando, estoy desatando mis demonios.
Además de todo lo que nos ha ido quitando este
año –los amigos de universidad, las horas perdidas, las simples alegrías–,
ahora nos remata con una pregunta fatal: ¿qué será de sus vidas? Si algún día,
por ejemplo, hago mi trabajo de grado, ¿qué será de mí? ¿dónde está el trabajo
ideal? Ay, qué delicia esto de no saber nada y confiar en que la lógica propia
de la vida –con una manito de nuestra parte– se resolverá de alguna manera en
algún tiempo. Como aún no lo hace, entonces volvemos a escribir este diario.
Evidentemente esto poco sirve y uno no debería regresar –nunca jamás–, pero es
que los demonios se acumulan de tal forma que algo hay que hacer con ellos y
para nuestra desgracia y aunque tengamos todo el cuadro mental no somos ni
asesinas en serie ni suicidas. Una verdadera lástima, nos toca escribir.
Así que, después de buscar y rebuscar por horas
la clave de esta joda, ¡volvimos!
Cerezo en Flor.
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