24 de junio de 2011

Mejor La Noche

En la noche quiero correr hasta vos, decirte que te quiero y que el presente es la única verdad que debemos creernos…
En la noche lo puedo todo, lo sueño todo y lo materializo también.
En cambio, en el día callo y espero; aunque quiera hablarte no puedo…
En la noche vivo con pasión, actúo por amor, canto, siento; respiro de verdad…
En el día mi mente se desgasta en mil intentos fallidos por entender la realidad…
En la noche la magia, la música, el vértigo infinito. En el día la despreciable objetividad, el raciocinio, el “deber ser”…
Son las nueve y treinta y ocho y siento que te quiero… Es de noche, claro. Por eso siento que mi enfermedad de pensar solo se aliviará con un beso tuyo.
                                                                                                                                            Le Papillon.

Ilustración de Lisa Falzón

16 de junio de 2011

Mi compadre Luis

Yo fui el primero en saber que a Luis lo querían matar.  Ese domingo, como de costumbre, fui a la galería de Rionegro a  tratar de vender  unos bulticos de papa que había sembrado por allá en mi finquita en Abreo. Entré al negocito de don Pepe y me dijo que era mejor que no me volviera a aparecer por esos lados, que a Carlos no le gustaba la idea de que hubiera gente como mi compadre Luis que estuviera ofreciendo una papa de mejor calidad y a un mejor precio, pues le estaba quitando su clientela. Le dije que si el lío no era conmigo, yo podía seguir camellando y negociando en ese sector. Las cosas no eran tan fáciles, pues era bien sabido que Luis y yo éramos amigos y que por tanto, a mí tampoco me querían.

Desde ese día me convertí en mensajero de peticiones por el lado de mi compadre y de desprecio por el de Carlos, quien un tiempo atrás también fue nuestro amigo. Las ganas de taparse en plata lo llevaron a eso, porque es que los tres nos criamos allá en Abreo, los tres salíamos al pueblo a beber hasta caer de la borrachera y los tres fuimos cómplices de nuestras diabluras. Ahora, quién lo creyera, él quería matar a Luis.

En la noche, tras haber hablado con Carlos regresé a la vereda y fui a buscar a mi compadre. ―Luis, usted tiene que salir de acá porque si lo encuentran lo matan ―le dije. Eso no era un chisme, me lo acababa de decir no solo don Pepe, sino también el propio Carlos, al que encontré sentado con sus amigotes y la botella de aguardiente sobre la mesa. Esa tarde, Carlos me advirtió que si veía a Luis, sencillamente le pegaba dos pepazos en la cabeza.

―Cómo así compadre que me van a matar si yo no he hecho nada.
―Usted se le metió en el negocio y le robó los clientes.
―Pero yo tengo una familia por mantener.
―Yo sé y por eso le digo que se tiene que ir con su mujer y con sus hijos pa’ otro lado.
―Compadre yo no tengo pa’ donde irme. Vaya y dígale a él que yo le subo el precio a mis papas, pero que por amor al cielo, no me mate.
―A usted ya le habían advertido que era mejor que abandonara el negocio, pero Luis usted siguió y ahora su vida corre peligro.
―Por favor, hable con él y dígale que me perdone.
―Luis, él no quiere saber nada de usted y si voy, me matan a mí por sapo.
― Usted no me puede dejar morir, vaya y dígale.

Al otro día, no tuve otra alternativa que ir a rogarle a Carlos por la vida de mi compadre. No conseguí sino incrementar el odio de él. Me dijo que Luis ya era hombre muerto. Efectivamente, esa noche a Luis lo sacaron de su finquita, lo metieron por allá en un potrero y no valió ninguna de las súplicas que imagino, debió lanzar. Cinco tiros le dieron fin a su vida.

Unos campesinos de la región lo encontraron ahí tirado, todo ensangrentado. Debido a que a Luis lo conocían tan bien en la vereda, quienes lo encontraron, supieron que se trataba de él y le avisaron a su familia y por ahí derecho a mí.

Hoy en el cementerio le decimos adiós a mi compadre, mientras ese traidor debe de andar riéndose por las calles, llenándose la boca diciendo que el negocio nuevamente es suyo. Por ahora, aquí solo se escucha el dolor de quienes quisimos a Luis: “Ánimas del purgatorio ¿quién las pudiera aliviar? Que Dios las saque de pena y las lleve a descansar”.

Sombra.

3 de junio de 2011

Arrebato

En el mes de tu cumpleaños
Hay que tener amigos. Sea uno Andrés Caicedo o una estrellita popular, pero siempre tener buenos amigos. Pocos o muchos, cantidad nunca es calidad, lo importante es hacerse a un buen arsenal de ángeles clandestinos que estén dispuestos a jugársela por uno. Sobre todo hay que tener amigos que no nos dejen caer en las terribles manos del olvido, que siempre manden abrazos, que algunas veces digan te quiero y otras te quiero mucho. Hay que tener por quién dar la vida.
Hay que ser celosos. Hay que ser posesivos con los amigos. No querer compartirlos. Claro, el corazón de cada quien es bastante grande, pero ¿por qué no soñar con que te querrán solo a vos? Je, en realidad y hay que aprender: los amigos no son de nadie y lo son todo. Hay que tener amigas: las clásicas compinches que se emborrachan con uno y luego gritan en las afueras de un bar, las que quieren encontrar sin buscar, las que prefieren hacerle de novias de la soledad, las antojaditas que no creen en el amor, las histéricas que han perdido la fe, las que se quitan el pan de la boca y defienden a los animales, las que amanecen un día siendo periodistas y al otro, como debe ser, actrices.
Hay que tener amigos, de esos que son maestros y hermanos. Amigos para apostar y perder en marcadores de partidos de fútbol, amigos que te digan que no hay nada tan malo que no pueda empeorar, amigos con quienes cantar en un inglés perverso cualquier canción. Amigos que te enseñen a leer, a vivir, a darle rienda suelta al destino.
Desde hace un año, 7 de mayo del año 2010, entiendo el reverendo mal que le hace a uno, mujercita puritana al borde de la santificación, tener por mejor amigo a eso: a un amigo, a un hombre. Claro, no están mal las amigas, de hecho tengo cinco hermosas mujeres que me comparten a veces sus alegrías, casi siempre sus penas, pero qué feliz desventura ver desde los ojos de un hombre la vida. A ese tipito que desmontó todas mis certezas van dirigidas estas líneas y por supuesto, a todos mis amigos.
Y para el tipito aquel, en especial, este último párrafo: he decidido no pensar en el olvido, en el tiempo y sus juegos, en las despedidas. No puedo pedir más. Vos estás y yo estoy, siempre estaremos y eso lo sabemos. Así que qué más da si el viento nos arrastra a orillas diferentes: desde el sur siempre pensaré en vos.
Hay que tener amigos.
Cerezo en flor