En el mes de tu cumpleaños
Hay que tener amigos. Sea uno Andrés Caicedo o una estrellita popular, pero siempre tener buenos amigos. Pocos o muchos, cantidad nunca es calidad, lo importante es hacerse a un buen arsenal de ángeles clandestinos que estén dispuestos a jugársela por uno. Sobre todo hay que tener amigos que no nos dejen caer en las terribles manos del olvido, que siempre manden abrazos, que algunas veces digan te quiero y otras te quiero mucho. Hay que tener por quién dar la vida.
Hay que ser celosos. Hay que ser posesivos con los amigos. No querer compartirlos. Claro, el corazón de cada quien es bastante grande, pero ¿por qué no soñar con que te querrán solo a vos? Je, en realidad y hay que aprender: los amigos no son de nadie y lo son todo. Hay que tener amigas: las clásicas compinches que se emborrachan con uno y luego gritan en las afueras de un bar, las que quieren encontrar sin buscar, las que prefieren hacerle de novias de la soledad, las antojaditas que no creen en el amor, las histéricas que han perdido la fe, las que se quitan el pan de la boca y defienden a los animales, las que amanecen un día siendo periodistas y al otro, como debe ser, actrices.
Hay que tener amigos, de esos que son maestros y hermanos. Amigos para apostar y perder en marcadores de partidos de fútbol, amigos que te digan que no hay nada tan malo que no pueda empeorar, amigos con quienes cantar en un inglés perverso cualquier canción. Amigos que te enseñen a leer, a vivir, a darle rienda suelta al destino.
Desde hace un año, 7 de mayo del año 2010, entiendo el reverendo mal que le hace a uno, mujercita puritana al borde de la santificación, tener por mejor amigo a eso: a un amigo, a un hombre. Claro, no están mal las amigas, de hecho tengo cinco hermosas mujeres que me comparten a veces sus alegrías, casi siempre sus penas, pero qué feliz desventura ver desde los ojos de un hombre la vida. A ese tipito que desmontó todas mis certezas van dirigidas estas líneas y por supuesto, a todos mis amigos.
Y para el tipito aquel, en especial, este último párrafo: he decidido no pensar en el olvido, en el tiempo y sus juegos, en las despedidas. No puedo pedir más. Vos estás y yo estoy, siempre estaremos y eso lo sabemos. Así que qué más da si el viento nos arrastra a orillas diferentes: desde el sur siempre pensaré en vos.
Hay que tener amigos.
Cerezo en flor
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