12 de noviembre de 2011

Carta de una fugitiva

Te advertí que yo no era alguien de fiar; que huir era mi mejor habilidad. Ayer te dije que sí, pero hoy ya no es igual. Quise dejarme amar, pero nunca me resultó fácil hacerme a la idea de que alguien estuviese dispuesto a intentarlo…

Quizás te riás ahora mientras leés estas líneas. Quizás te sorprenda mi ego y te preguntés: ¿acaso pensó que era en serio?  Qué sé yo; me cuesta creer que las personas puedan mentirme, sobre todo cuando quiero, pero el engaño no es una ficción y a mí me ha vuelto desconfiada, por eso las dudas. Y bueno, eso ahora qué más da.

En todo caso, te pido perdón si tuve gestos que prometieran algo que no cumplí. Creo que dejamos de entendernos en el momento en que te dije que amaba la contradicción. Para vos era como algo inaceptable, o al menos así lo sentí al observar la expresión de tu rostro, mientras te contaba porqué me identificaba con el salmón y su nado contra la corriente.

Y digo “Creo” porque aún las cosas no están muy claras para mí. Solo quería hacerte saber que esa no fue la primera vez en que salí corriendo cuando alguien quiso entregarme su corazón. Quería que supieras también, que no es fácil ser una fugitiva del amor. El arte del escapismo me ha envuelto en un torbellino de soledades infinitas. Aún me pregunto si es mi naturaleza o es el miedo lo que me impulsa a la huida repentina.

Aún sigo sola, esperando a ese que me desarme con la mirada. A ese que creí haber encontrado un jueves mientras hacía fila para un concierto de Calamaro. Ese dieciséis de octubre, unas cuantas baldosas me separaban de los ojos más hermosos del mundo. Pensarás que estoy loca, pero desde aquel día sueño con ellos.
Por casualidades de este teatro en el que algunos son títeres y otros titiriteros, volví a ver con frecuencia al dueño de aquellos ojos. Entendí, que a pesar de ser una experta para zafarme del compromiso, siempre sería prisionera del silencio.
Hola, ¿cómo estás?
Bien, ¿y vos?
Bien
Y a seguir caminando. Saludos fugaces, encuentros fugaces. Y de vez en cuando, una que otra pregunta irrelevante de mi parte, para ganar ser vista por esos ojos unos segundos de más.

Si soy realmente honesta, no es del todo una historia triste. Si tuviera una cerveza en este instante, no dudaría en levantar mi mano y brindar por mis amigos; por la bendición de su presencia en esos momentos en que por poco, también se escapa mi alma. Además, en casa todo está bien. A excepción de unas cuantas goteras que ha dejado el invierno. Nimiedades ¿verdad? Sé que vos al igual que yo, desearíamos que reparar nuestro pasado fuera tan sencillo como mover un par de tejas.

Ya no sé a quién pertenece esta carta. Quería pedirte disculpas a vos, y terminé hablando de él, que no está y de mí, que a fin de cuentas soy lo que callo.

Condenada a seguir corriendo, deseo tropezarme algún día con alguien dispuesto a reparar los callos que deja la soledad. Cuando el milagro del encuentro suceda, espero no tener miedo de entregar mi corazón; espero no salir corriendo cuando sienta palpitar entre mis manos el regalo que tanto había esperado.

 Le Papillon  ¸

Imagen de “Los amantes del Círculo Polar”

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