2 de mayo de 2011

Y qué decir

Es difícil pensar en todas esas cosas que a uno le suceden en un día y es aún más difícil decidir qué cosas contar. Podría decir que siempre me levanto temprano (es que, cuando se estudia y se trabaja, no hay día en el que uno pueda sentir el placer de dormir hasta un poco más del medio día). Quizá puedo contar que como un rito me lavo los dientes después de cada comida para hacerle caso a las recomendaciones de los odontólogos  o decir que no hay día en que le diga no a la ducha con agua fría, a pesar del miedo que me produce la idea de pensar que es posible que mi cuerpo quede ahí todo congelado y no pueda gritar.
No sé a quién puedan interesarle estas cosas, tal vez los lectores piensen que si me levanto temprano es problema mío. Total, la que tiene que enfrentarse a la dura tarea de madrugar soy yo y también soy la única a la que le afectaría la decisión de no bañarme y la de dejar de lavarme los dientes.
Ahora que lo pienso, esta tarea de escribir sería más fácil si pudiera decir que conocí a un sujeto de la manera más inesperada y que el tipo resultó siendo, en mi criterio y al tiempo exigencias, el más interesante del planeta. Escribir se convertiría en un ejercicio casi mecánico, si tuviera la posibilidad de decir que pude establecer contacto con alguno de mis escritores favoritos y que ese autor accedió, de quién sabe qué manera, a mis textos y se decidió a ayudarme a impulsar mi carrera como escritora. Sin embargo, si hablo de estos asuntos, no estaría haciendo periodismo, se trataría de simple ficción, pues es claro que este tipo de cosas no pasan en una vida cualquiera, o por lo menos, no en la mía. 
Sombra

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