No se puede fijar un día en el calendario para ser feliz, pero sí existe la posibilidad de encontrarse contento hasta las vísceras cuando llegan las vacaciones de verano, y junto con ellas las infinitas maneras de vivir y de ser. En especial esto último es lo que más extrañaré ahora que estos días de sol comienzan a desvanecerse…
Y es que aunque no se fue de viaje al exterior, esta mariposa al igual que Elizabeth Gilbert, comió, rezó y amó…
También hizo cosas de las que debe olvidarse durante los cuatro meses en los que asume su papel de estudiante universitaria; “cosas de nada” podrían llamarlas algunos, pero al fin y al cabo, cosas que dejan más aprendizaje que devorarse una biblioteca entera.
Sí, sin duda cuando leemos o vemos una película estamos alimentando simultáneamente al cerebro y el alma, nos identificamos con personajes y situaciones, suspiramos, reímos, lloramos o nos asqueamos al no encontrar algo que nos parezca digno de ser narrado, una realidad distorsionada, un actor plano, qué sé yo. El punto es que cada uno tiene una vida (el dolor y la alegría nos recuerdan que es real) y en esa vida no se puede aprender en cabeza ajena por más que tengamos espejos que quieran enseñarnos cómo debemos caminar. Al final del día será mejor saber que pudimos elegir, decidir, equivocarnos y aprender por nosotros mismos; y que es mejor si esas cosas dignas de ser contadas las experimentamos en nuestra ordinaria pero increíble estadía en la tierra.
Puedo nombrar algunas de esas “cosas de nada” aunque a nadie interesen. Esta mariposa se paró frente al espejo y bailo música alegre del Brasil, abrió en el patio de su casa macadamias que su mamá le trajo de Armenia; un día se sintió triste y comió una considerable cantidad de helado. Dibujó a un gran amigo suyo, un genio de la guitarra. Regaló uno que otro beso a un extraño. Entró a una iglesia sin que se lo haya pedido su madre; le tomó una foto a un pocillo porque le pareció ver un corazón al terminar su café. Fue a un bar de tangos con su padre y sintió que lo quería mucho al verlo y al escucharlo entonar con emoción:
“Verás que todo es mentira,
verás que nada es amor,
que al mundo nada le importa,
yira... yira...”
En los últimos días me tomé la libertad de contradecirme, de reincidir en mis vicios, de levantarme de golpe e intentar cambiar aquello que no me gustaba de mí, en definitiva, de reinventarme. No sé cómo termine la historia de mi vida, si ya voy por la trama o disto bastante del desenlace, pero estas vacaciones se instauró en mi alma un sentimiento bastante agradable; no sabría definirlo, solo sé que ese sentimiento es como una especie de promesa que me permite aceptar que estar aquí es un misterio y me deja con ganas de respirar hasta que el corazón o el titiritero del cielo así lo decidan…
No, no quería que llegara el fin del verano, tener que decirle adiós al cielo estrellado que seguro tendría que ser remplazado por la pantalla de un computador en los días venideros, pero el tic-tac no para de escucharse, y quién sabe, quizás me enamore del viento de agosto y sus cometas, quizás…
Le Papillon
Foto: MJUG
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