27 de abril de 2011

Nightmare

Paredes que palpitan; ojos en el techo de mi habitación como jueces que me incriminan. Un programa de radio hecho por algún intelectual a quien no deseo escuchar, y que no sé por qué razón lo oigo…
Ojalá lo único molesto fuera la radio. De nuevo están aquí esas voces que no puedo ignorar.
 ¿Qué es lo que buscan?
 ¿Acaso esperan que en medio de este caos pueda florecer?
Tal vez para estos ojos y estas voces hay bastante belleza en la muerte.
No sé que más, a parte de la marioneta en la que me he convertido, se pueda observar desde allá arriba; pero de seguro en ese lugar hay más magia que aquí abajo.
Siempre un fallido intento, una voluntad quebrantada por una pasión. Cientos de deseos reprimidos que terminan en la enfermedad. Todo para descubrir que estaba mejor ayer.
Apago la radio. Aún en medio del silencio las voces continúan atacándome ¿Qué es lo que buscan aquí? No lo comprendo, si aquí ya no queda nada. Ya ni siquiera juegan conmigo las sombras, ni el viento quiere contarme sus secretos.
Trato de recordar en vano el momento en que este lugar quedó desierto. ¿A dónde habrán ido todos? ¿Por qué me han olvidado? Nunca quise herirlos, pero mis palabras siempre fueron como filos de cuchillas. Además, la verdad no es la verdad, y ellos también me provocaron cientos de veces. Y yo, siempre me contuve cuando realmente quería gritar…
                                                                                                                          Le Papillon

22 de abril de 2011

Me confieso

Pasa algo. Cada año, por esta misma época, me confieso. Sí, entro a un templo chiquitico, me echo la bendición, rezo un Padrenuestro y hago una eterna fila (porque siempre llego tarde) a la espera de mi encuentro con el curita equis. Realmente no me confieso por mí, no es para liberarme de mis patéticas culpas; lo hago por mi santa madre que sólo me pide eso, este favorcito una vez al año, con el fin de decirse a sí misma: no todo está perdido. Y yo le digo: ok, madre, no tengo lío. En todo caso, yo con representantes no hablo y si lo hago es para decirles lo que se les dice a los representantes.
Después de observar el aberrante panorama de la confesión de este año (desolador y deprimente hasta el cansancio) he terminado por analizar que lo que le hace falta a este acto tan íntimo es una copa de vino. Sí, o una cerveza, o unos roncitos, o qué tal unos aguardientes para hablar de lo divino y lo humano con el curita equis. Y nada de hablar de pecados. No, nada de eso, que sea la técnica del desahogo con un alguien cualquiera, con un dulce conocido que ojalá no lleve sotana y que una vez al año sólo escuche.
Es que, para decirlo de una vez, prefiero la confesión con alguna de mis amigas. Prefiero terminar borracha con ellas contándoles que robé un beso o que odio haber nacido por lo menos una vez al mes, que decirle al curita los mismos “pecados” de siempre: soy orgullosa, tengo un genio insoportable, etc. Es verdad, hasta respirar es pecado para los católicos, entonces hagámonos el favorcito de eliminar ese inventico de la culpa, esa palabrita pecado. Ya sabemos, somos mortales, somos imperfectos. Tanto el curita como uno. Confesarse debería ser la oportunidad para contar miedos, frustraciones, alegrías y vaciar el alma de tanta basura.
Así que, Dios mío, más te vale que en el juicio me esperes con una botellita de vino -ojalá dulce porque este paladar mío es nefasto- y espero que no andes con un látigo en la mano como tus representantes de por aquí. El licor afloja la lengua, reduce el tiempo, acerca a los desconocidos, nos hace eruditos. Sí, yo sueño con volver el próximo año y confesarme con un curita borracho que me diga: Hey vos, bebe este roncito, salí a bailar, viví hasta atragantarte, viajá adónde se te pegue la gana y una vez al mes subí a una montaña y rezá el Padrenuestro.
                                                                                                                                                  
Cerezo en flor

20 de abril de 2011

A la espera

Nada más que el silencio.
Mi cuerpo tentado por la llamas.
Él me acariciaba,
y yo me estremecía con su presencia.
Me besaba como si nunca hubiese besado a nadie.
Sus abrazos extinguieron el aire
y los gemidos atacaron el silencio…
Envueltos en las llamas, mi cuerpo y mi alma sucumbieron.
Pero el sueño de repente se rompió
y desde entonces mis noches consisten
en la espera de ese sueño maldito
que se niega a volver.
Tormenta

11 de abril de 2011

Tormenta

Blanco, negro, gris, fucsia, azul: así son…

¿Qué?

Los colores de cada despertar, de cada paso y mirada que doy; emociones que aparecen y desaparecen con facilidad. Un espejo que confunde la realidad con la ficción. Sin miedo a escribir y gritar al mundo lo que quiero decir. Un escenario que se adecua a cada situación. Sueños que empiezan a tornarse realidad.

Sombras, luz, oscuridad…

¿Cuándo?

Hoy sí, mañana quizás…

¿Dónde?

En cualquier lugar.

¿Qué?

Reír, llorar, abrazar, acariciar, besar, callar, bailar, soñar, pensar, escribir, leer, cantar…

¿Por qué?

Porque todos los días me levanto con ganas de hacer algo diferente, de ver al mundo de otra manera. Con ir y venir, con ver y creer. Simplemente por instinto.

¿Cómo?

Creando personajes, escenas, puntos de vista, situaciones. Simplemente despertando sensaciones.

¿Para qué?

Para vivir aún más.

Bien, normal, rara, mal, triste, alegre…
Sucia, limpia, opaca, brillante…
Cordura, locura…
Blanco, negro, gris, fucsia, azul

Calles que niegan su verdad, vidas que destruyen o construyen, ruidos que silencian, rincones iluminados, voces que disparan, silencios que ensordecen.

Todo menos nada.

Tormenta

Izquierda

Siempre por la derecha porque hay que estar a la diestra de “Dios padre”. ¿En la izquierda? Sí estoy en la izquierda, por genética voy al revés, me estorban las argollas y siempre escribo hacia abajo. Sí, soy zurda, pero más allá, en el colegio era de las únicas que escuchaba rock, cuando salí, en la universidad, no escogí tener un futuro sino ser feliz y hoy batallo contra lo impuesto y todavía creo en alterar lo organizado para cambiar el mundo.

Ahora mi vida es hacia la izquierda, va a 24 cuadros por segundo y mis recuerdos encajan perfecto para ser obturados y evaluados por ley de tercios. Hablo por obligación, soy más bien escuchadora compulsiva, visual para todo y nunca a la diestra porque de genética y de decisión estoy a la izquierda de “Dios padre”.

Izquierda ;)

Cerezo en Flor


Hace cuatro meses escuché el nombre de una película alemana, Cerezos en flor, recomendada en Radiónica por no sé quién y ya ni recuerdo el porqué. Vaya osadía la de Doris Dörrie, titular su obra con estas tres palabras que más tarde serían mi seudónimo en un blog cualquiera. Menos mal yo, como yo, soy singular y en vez de cerezos soy cerezo. Pero qué era eso, me repito aún, cómo puede ser que ya tan poco, por no decir nada, sea original. En fin, por cuestiones de la vida, del tiempo y sus afanes, debo confesar que no me he visto la película del usurpador.
He decidido entonces, con el comienzo de este laboratorio de escritura, tres asuntos: primero, verme la película y escribir aquí sobre ella; segundo, perdonar al director alemán y darle los créditos como si él hubiese evocado en mí la más bella de las imágenes, y tercero, no menos importante y sí el más especial de los compromisos: aún en las épocas de más crudo desamor y desprecio por el mundo, ser un cerezo en flor. Cuidado, eso no significa escribir taradeces rosas, significa tener siempre algo qué decir.
¿Qué decir de mí? Suelo ser tan original como mi seudónimo lo indica y tan indiferente como puede serlo una mujer pisciana. Me duele escribir pero sé que a la larga me dolerá más no haber escrito. Me gustaría morir en el edificio más alto del mundo, en compañía de un buen libro y con la lluvia en la ventana.
Cerezo en Flor

Sombra

Si quisiera definirme diría que quizá mi única capacidad es la de estar siempre enamorada. Me gustan los amores imposibles y sufro con esos posibles que se reprimen por absurdos miedos. Me gusta fijar mi atención en esos hombres que pasan por mi lado sin advertir mi presencia.
No soy obsesiva, o quizá sí y aún no lo acepto, solo sé que me gusta ver cómo la sonrisa inesperada de ese de quien soy sombra, me sumerge en fantasías. Me enamoro sin necesidad de hablar con ellos, solo con escuchar palabras que dirigen hacia otros, con mirarlos desde lejos durante incontables horas.
No soy masoquista, simplemente amo soñar con las cosas que sé no pasarán. Los hombres me atrapan con una mirada, los libros con un título atractivo. Para leer no me tienen que recomendar el libro, así como para enamorarme no es necesario que me presenten al hombre. El libro aparece por simple casualidad y el hombre se apodera de mi vida sin pretender hacerlo. Mi interés por cultivar el amor por un hombre se pierde cuando sé que lo tengo, en cambio, el libro se hace más interesante a medida que viajo entre sus páginas.
Sí, soy la sombra de algunas personas. Soy la sombra de los libros y de las palabras. Pero esta sombra no es peligrosa y si bien quiere apretar el Gatillo, solo lo hará para disparar historias.
Sombra

Le Papillon

La mariposa abre temblorosamente sus alas; puede ser en la mañana o en la noche, nunca es igual. Sus ojos casi siempre dirigen la mirada al cielo, como para perderse en la promesa de tiempos mejores. Cuando no es así, las alas se cierran, los ojos prefieren mirar al suelo, prefieren callar y hacer de cuenta que el tiempo se detuvo; que nada alrededor sucede…
Ella no sabe a dónde la puedan llevar sus instintos. Solo sabe que siente, que busca reconocerse en cada forma del universo, en los demás ojos que encuentra durante su vuelo. Todo le significa, no es su naturaleza ser indiferente. Su curso está en buscar, buscar y sentir; quizás más de la cuenta…  
En ocasiones, la voz del mundo se empeña en cortar sus alas,  el miedo trata de limitar su vuelo; pero al final, los llamados de su sangre la impulsan a creer una vez más, a emprender un nuevo vuelo para encontrar aquello que perdió y que es incapaz de definir.
Le Papillon