11 de abril de 2011

Cerezo en Flor


Hace cuatro meses escuché el nombre de una película alemana, Cerezos en flor, recomendada en Radiónica por no sé quién y ya ni recuerdo el porqué. Vaya osadía la de Doris Dörrie, titular su obra con estas tres palabras que más tarde serían mi seudónimo en un blog cualquiera. Menos mal yo, como yo, soy singular y en vez de cerezos soy cerezo. Pero qué era eso, me repito aún, cómo puede ser que ya tan poco, por no decir nada, sea original. En fin, por cuestiones de la vida, del tiempo y sus afanes, debo confesar que no me he visto la película del usurpador.
He decidido entonces, con el comienzo de este laboratorio de escritura, tres asuntos: primero, verme la película y escribir aquí sobre ella; segundo, perdonar al director alemán y darle los créditos como si él hubiese evocado en mí la más bella de las imágenes, y tercero, no menos importante y sí el más especial de los compromisos: aún en las épocas de más crudo desamor y desprecio por el mundo, ser un cerezo en flor. Cuidado, eso no significa escribir taradeces rosas, significa tener siempre algo qué decir.
¿Qué decir de mí? Suelo ser tan original como mi seudónimo lo indica y tan indiferente como puede serlo una mujer pisciana. Me duele escribir pero sé que a la larga me dolerá más no haber escrito. Me gustaría morir en el edificio más alto del mundo, en compañía de un buen libro y con la lluvia en la ventana.
Cerezo en Flor

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