22 de abril de 2011

Me confieso

Pasa algo. Cada año, por esta misma época, me confieso. Sí, entro a un templo chiquitico, me echo la bendición, rezo un Padrenuestro y hago una eterna fila (porque siempre llego tarde) a la espera de mi encuentro con el curita equis. Realmente no me confieso por mí, no es para liberarme de mis patéticas culpas; lo hago por mi santa madre que sólo me pide eso, este favorcito una vez al año, con el fin de decirse a sí misma: no todo está perdido. Y yo le digo: ok, madre, no tengo lío. En todo caso, yo con representantes no hablo y si lo hago es para decirles lo que se les dice a los representantes.
Después de observar el aberrante panorama de la confesión de este año (desolador y deprimente hasta el cansancio) he terminado por analizar que lo que le hace falta a este acto tan íntimo es una copa de vino. Sí, o una cerveza, o unos roncitos, o qué tal unos aguardientes para hablar de lo divino y lo humano con el curita equis. Y nada de hablar de pecados. No, nada de eso, que sea la técnica del desahogo con un alguien cualquiera, con un dulce conocido que ojalá no lleve sotana y que una vez al año sólo escuche.
Es que, para decirlo de una vez, prefiero la confesión con alguna de mis amigas. Prefiero terminar borracha con ellas contándoles que robé un beso o que odio haber nacido por lo menos una vez al mes, que decirle al curita los mismos “pecados” de siempre: soy orgullosa, tengo un genio insoportable, etc. Es verdad, hasta respirar es pecado para los católicos, entonces hagámonos el favorcito de eliminar ese inventico de la culpa, esa palabrita pecado. Ya sabemos, somos mortales, somos imperfectos. Tanto el curita como uno. Confesarse debería ser la oportunidad para contar miedos, frustraciones, alegrías y vaciar el alma de tanta basura.
Así que, Dios mío, más te vale que en el juicio me esperes con una botellita de vino -ojalá dulce porque este paladar mío es nefasto- y espero que no andes con un látigo en la mano como tus representantes de por aquí. El licor afloja la lengua, reduce el tiempo, acerca a los desconocidos, nos hace eruditos. Sí, yo sueño con volver el próximo año y confesarme con un curita borracho que me diga: Hey vos, bebe este roncito, salí a bailar, viví hasta atragantarte, viajá adónde se te pegue la gana y una vez al mes subí a una montaña y rezá el Padrenuestro.
                                                                                                                                                  
Cerezo en flor

1 comentario:

  1. Tremenda la imagen ésa de una cerveza en el cubículo de confesión. Y quién quita con esa capacidad de modernización que tienen las religiones.

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